Si bien machacarse en el gimnasio es importante para adquirir solvencia física o ganar alguna medalla, no todo el mundo responde igual al entrenamiento, ni consigue batir las mismas marcas, ni tiene la misma disponibilidad para el sacrificio y la constancia. La tómbola genética también tiene que decir algo al respecto (por ejemplo, la resistencia cardiovascular, la capacidad aeróbica o el riesgo de lesion son hereditarios); de hecho, tiene que decir mucho al respecto, según un estudio de la genetista finlandesa Leena Peltonen.
Peltonen realizó un gigantesco estudio con 37.000 pares de gemelos europeos, sugiriendo que la influencia de los genes en la práctica deportiva era de un 70 % después de los 21 años.
La práctica deportiva está muy determinada por los genes, pero ¿y las aptitudes deportivas? Tim Spector señala lo siguiente en su libro Post Darwin:
Hace pocos años examinamos junto a colegas holandeses nuestros registros de gemelos. De entre 4.500, detectamos aptitudes deportivas en más de 300, los cuales habían competido por su país o en el ámbito nacional en veinte deportes diferentes. Sin embargo, era raro que tuvieran las mismas capacidades extraordinarias y, por ejemplo, sólo en el 50 por ciento de los casos ambos gemelos idénticos eran competitivos en tenis.
Otro estudio publicado por el propio Spector en Journal of Bone and Mineral Research, en el año 1997, ya sugería resultados de heredabilidad eran similares para elementos estructurales: capacidad pulmonar, fortaleza muscular y masa muscular.
En el estudio Heritage, noventa familias de Luisiana sin interés por el deporte, con sobrepeso y pegadas al sofá fueron sometidas a un programa de entrenamiento de 20 semanas con bicicletas estáticas. Como es de imaginar, se observaron respuestas físicas de todo tipo, pero había un componente hereditario notorio (del 50 por ciento) en la tasa de mejoría del consumo de oxígeno, con independencia de cuán gordos o en forma estuvieran al empezar.